Hoy se celebra el Día Mundial de la Salud, y queremos llamar tu atención sobre dos cuestiones clave, presentes en todos nuestros enfoques e investigaciones sobre salud y políticas sanitarias: la necesidad de más transparencia y de que el acceso a la salud esté garantizado para todos y todas.

Cuando hablamos de poca transparencia en el ámbito sanitario, lo hacemos con conocimiento de causa. Hace años que lo investigamos y que incluso vamos más allá, proponiendo iniciativas legislativas que buscan contribuir a hacer más difícil la opacidad, o pidiendo pasos muy específicos para garantizar la transparencia y el interés general entre quienes asesoran sobre sanidad pública y gasto farmacéutico.

En los últimos años, hemos sacado a la luz que, mientras que la Organización Mundial de la Salud pedía transparencia en los precios de fármacos, las administraciones se han negado a reconocer cuánto pagan por los medicamentos para defender los intereses comerciales de las farmacéuticas y sus acuerdos de confidencialidad.

Y eso no solo en España. Debido a la opacidad que impera en el sector, hemos demostrado con datos sobre la mesa que algunos países estaban pagando más por sus vacunas que otros con rentas más altas, pese a que los laboratorios con frecuencia dicen lo contrario para justificar la ocultación de los precios finales.

También hemos puesto la lupa sobre las relaciones entre profesionales sanitarios y los laboratorios, y sobre los potenciales conflictos de intereses que pueden aflorar. Estas relaciones son frecuentes y no por ello siempre perniciosas, pero faltan mecanismos de transparencia y control. El problema surge cuando esos vínculos se ocultan (como hicieron 17 de los profesionales sanitarios que más pagos estaban recibiendo de las farmacéuticas) o cuando aparecen los riesgos de sesgos en favor del laboratorio patrocinador (el médico con más pagos de una farmacéutica respalda dos de sus terapias, cuestionadas por su precio y eficacia).

Cuando hablamos de acceso general, eficaz e igualitario a la salud, nos referimos, por ejemplo, a atajar de forma contundente las barreras en atención psicológica -de las largas listas de espera a la falta de recursos, entre otras- que empujan a pacientes con ansiedad o depresión al sistema privado, si es que pueden permitírselo. O a que se refuerce de forma general la asistencia sanitaria en salud mental, puesto que ya antes de la pandemia estábamos a la cola europea en el número de psiquiatras por cada 100.000 habitantes.

También hemos puesto de relieve el acceso desigual a la salud reproductiva que afecta a millones de mujeres (una de cada diez en todo el planeta no usa los anticonceptivos que necesita), a los medicamentos esenciales (11 días para poder pagar un inhalador para el asma) y las trabas administrativas discriminatorias e injustas que, según la comunidad autónoma donde vivas y tu identidad y situación personal, pueden cerrarte las puertas para recibir tratamientos de reproducción asistida en la sanidad pública.

Nos gustaría no tener que contar que la falta de personal de enfermería o que la desigual disponibilidad de especialistas médicos en especialidades clave han sido talones de Aquiles que han lastrado nuestra atención sanitaria en momentos de extrema urgencia. No tener que estar pendientes de aprovechados que prometen falsas “soluciones” frente al coronavirus a 120 euros el litro. Y también no tener que vigilar la letra pequeña para detectar que persisten exclusiones médicas desfasadas o discriminatorias que impiden acceder a ciertos empleos públicos, pese a las promesas políticas. Pero vamos a seguir haciéndolo, porque ha contribuido a corregir situaciones de discriminación en el pasado, y puede seguir haciéndolo en el futuro.

En este Día Mundial de Salud, te animamos a unirte a este llamamiento: más transparencia y acceso para todos.

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